PASTORCILLOS MENTIROSOS
Queridos
compañeros, amigos y oyentes de El Club de La Pluma, desde Colombia los saluda
Mauricio Ibáñez, con nuestro acostumbrado abrazo por la hermandad
latinoamericana.
Durante
las últimas semanas hemos venido revisando el síndrome de la neo-inquisición,
una tendencia regresiva que ha surgido de la combinación entre la religión y la
política que, aunque no es nueva y siempre ha inspirado guerras étnicas que no
se resuelven nunca, últimamente está contribuyendo a la radicalización de las
posiciones ideológicas y ha hecho estallar conflictos internos o
transfronterizos en países que solían ser más moderados. La polarización, la
incapacidad para comunicarse y la intolerancia se han apoderado de un mundo
que, paradójicamente, ha creado más herramientas para el diálogo y la
participación.
Este
circo del absurdo tiene un denominador común: el dinero y la religión en la que
se mueve, la economía.
El
propósito de la religión es controlar a la población mediante la manipulación
del miedo, la culpa y la necesidad fundamental de trascender, de sentir que la
muerte no es el fin y que hay algo, lo que sea, una especie de destino
espiritual a donde ir. La idea de convertirnos en nada, de que nuestro cuerpo
se descomponga y nuestra energía se disipe es insoportable para muchos, porque
tiene una implicación cultural ligada a la economía: ¿acaso invertí todo lo que
invertí para nada? ¿No hay ningún retorno?
En ese
miedo, esa desesperanza fundamental, esa soledad tremenda, la vida nos presenta
tres escenarios de decisión: El primero, buscamos cómo desarrollar nuestros
atributos individuales, aquellos con los que nacemos y crecemos, y disfrutamos
cada minuto de la vida con la conciencia plena de que una vez termine, nos
apagamos y ya está. El segundo, nos entregamos a la desesperanza y la amargura,
escenario del que es fácil escapar mediante el alcohol, las drogas o el
suicidio y el tercero, buscamos personas con inquietudes afines y creamos un
conjunto de rituales y ceremonias alrededor de una entidad superior que nos
ofrece la posibilidad de trascender. Como lo vimos en los programas anteriores,
este tercer escenario fue aprovechado por los machos alfa de las primeras
civilizaciones para explotar el miedo y la culpa de sus comunidades.
Históricamente,
ha habido tres poderes de dominación. Dos de ellos, la política y la religión,
funcionan a plena vista y los hemos visto funcionar juntos y coordinados en
unos países, y enfrentados en otros. El tercero, la economía, se mantiene
oculto y es el motivador silencioso de los otros dos.
El
politeísmo de varias civilizaciones se había vuelto complicado y engorroso:
muchos rituales, muchos sacerdotes, muchos templos y, por cuenta de la
política, muchos impuestos. Era obvio que la aparición del monoteísmo ejercería
una fuerte influencia porque implicaba una “economía de rituales” donde el tema
central, la trascendencia, la vida después de la muerte, aliviaba el temor más
fundamental.
La
culpa, entonces, sería el motor de dominación y control: ya solucionado el tema
de la vida después de la muerte, había que establecer destinos más específicos,
así que surgió la dialéctica del premio y el castigo. Si el individuo obraba de
conformidad con las reglas establecidas por su divinidad, era clasificado como
un ser “bueno”, y su destino después de la muerte era el cielo. Si no las
cumplía era un ser “malo” y su destino era el castigo eterno: el infierno.
Con la
Tesis y la antítesis del “bien contra el mal”, las religiones monoteístas, en
especial el islamismo y el cristianismo, de origen común (alá o dios) y con un
conjunto de profetas entre los cuales destacaba un individuo especialmente
sabio y devoto que servía de ejemplo fundamental para los creyentes (jesucristo
y mahoma), la civilización se partió en varios pedazos según las ramas,
derivaciones y tendencias de dominación y poder que estuviesen en juego en los países
que estuviesen o hubiesen estado bajo la dominación de romanos, otomanos, españoles,
franceses, portugueses e ingleses.
A la
mayor parte de nuestra patria grande le tocó la desgracia de la dominación
española católica, recién salida de la expulsión de los moros, con una fuerte
relación iglesia – estado, su poderosa inquisición y una economía corrupta basada
en la comercialización de “indulgencias” (algo así como la inversión de gruesas
sumas de dinero a cambio de unos cuantos días de “perdón divino”) que se
constituyó en el eje de todo el conjunto de abusos, asesinatos, violaciones,
torturas y la salvaje exterminación de pueblos indígenas enteros con que fuimos
colonizados en nombre del “amor de cristo”.
Por
supuesto, aunque el daño quedó hecho y nuestro pueblo indígena, mestizo y zambo
creció bajo esa dominación perversa y alcanzamos a ser casi un 98% católicos.
No hay pueblo o ciudad en toda américa latina que no tenga una iglesia en su
parque central. Hoy por hoy, el cristianismo evangélico (un renacimiento del
monoteísmo centrado en cristo como respuesta al catolicismo y su burocracia de
santos y vírgenes) ha ganado terreno y en este momento entre el 64% y el 70% de
la población latinoamericana sigue siendo católica.
El
crecimiento e influencia del evangelismo cristiano vuelve a aprovechar el miedo
y la culpa como ejes del control y la dominación de pueblos enteros, pero le
quita una gran cantidad de rituales, atavíos y complicaciones a los feligreses,
con la tesis de la “salvación gratuita”, la “gracia de Dios”. Ahora se puede
cometer una “maldad”, confesarse sin intermediarios, obtener el perdón divino
en forma directa y seguir adelante. Y si se vuelve a transgredir alguna de las
leyes divinas no pasa nada: se confiesa de nuevo y se sigue adelante. La única
condición es que, ojalá, uno se presente los sábados o domingos al culto y a la
escuela dominical, y que aporte el diez por ciento de lo que produce, además de
una que otra ofrenda, para el sostenimiento del Pastor.
En este
contexto surge el fenómeno del “pastorcillo mentiroso”: las iglesias cristianas
tienen una fuerte capacidad de convocatoria entre las poblaciones pobres,
aquellas que han sido históricamente convencidas de que su pobreza es su culpa y
que tienen que acudir a Dios y a sus ministros en busca de perdón y, ojalá,
redención espiritual y económica. Pero eso tiene un problema: los pobres no
diezman mucho y la economía de escala no da. Así que los pastores
diversificaron su estrategia: había que evangelizar a los jóvenes (fáciles de
adoctrinar) y a los ricos. Los ricos diezman más, y entre más culpa sientan por
la forma en que lograron sus fortunas, más ofrendas, donaciones y dádivas
“invertirán” en su salvación.
De
semejante fenómeno pasamos a uno mucho más grave: la dominación política. Si
los ricos solo pueden hacer crecer sus fortunas a través del control de la
población, pueden usar a sus pastores para obtenerla gracias a su poder de
convocatoria e influencia. Es por eso que personajes tan siniestros como
Bolsonaro, Milei, Trump y Álvaro Uribe invocan el cristianismo y, a través de
sus líderes religiosos, mueven masas de votantes en el fenómeno que el escritor
Brasileño Jesse Souza ha descrito como “el pobre de derecha”.
Las
tesis que manejan los pastorcillos mentirosos apuntan a la lógica de la
ultraderecha: la diferencia entre ricos y pobres es creada por dios, pero no
hay que preocuparse, porque si uno es pobre y acepta su condición, en el cielo
le espera el desquite.
Hasta la próxima semana compañeros, un abrazo.
MAURICIO IBÁÑEZ – Desde Colombia
-Biólogo
Especialista En Estudios Socio-Ambientales
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