MITOS, NARRATIVAS Y SU IMPACTO EN EL DESARROLLO HUMANO
PARTE 1
Apreciados compañeros, amigos y oyentes de El Club de La Pluma, desde
Colombia los saluda Mauricio Ibáñez, con nuestro acostumbrado abrazo por la
hermandad latinoamericana.
Hoy abordaremos un tema que resulta fundamental para entender lo que hay
detrás del telón en el teatro de profunda polarización en el que nuestro
planeta y sus pueblos hemos creado un circo enloquecido de confrontaciones,
guerras, posiciones irreconciliables, dolor y muerte. Un teatro donde unas
élites privilegiadas aplauden, ríen y se burlan de pueblos enteros dispuestos a
ir a la guerra para que ellos mantengan sus privilegios y aumenten sin ningún
recato sus riquezas en una apología al cortoplacismo autodestructivo de las
orgías donde todo se sacrifica en función del placer.
Existe, en el desarrollo humano, lo que llamamos “necesidades básicas”,
que son lo que define nuestra condición de seres capaces de neutralizar
nuestras vulnerabilidades físicas: agua, nutrición y abrigo. Nuestra capacidad
de procurarnos esos tres recursos a través del procesamiento de la información
que nos brindaba la naturaleza nos permitió adaptarnos a entornos cada vez más
hostiles y, a medida que avanzábamos en la creación de herramientas, podíamos
ocupar con éxito ecosistemas que nos fueran adversos y convivir con los riesgos
que estos representaban.
El elemento motivador que nos impulsaba era el miedo. El miedo y la
incertidumbre eran los ejes de nuestro funcionamiento. Sabíamos que como
individuos o familias no sobreviviríamos si no nos juntábamos, si no uníamos
fuerzas, si no construíamos comunidad. No había amor, apenas estábamos
aprendiendo a comunicarnos, y entendiendo que funcionábamos como individuos con
diferentes habilidades, curiosidades o capacidades, que podíamos asumir tareas
diferentes, complementar fuerzas y crecer, incluso proyectarnos un poco más
allá del temor, buscando maneras de entender qué nos deparaba el futuro, de
proyectarnos hacia adelante, de progresar.
En ese contexto de tranquilidad relativa surgieron los observadores, aquellos
hombres y mujeres que, protegidos por la comunidad, podían mirar cómo el sol
salía por el mismo lado, pero siguiendo un patrón de movimientos, estimulando
el crecimiento de las plantas y la migración de animales en una especie de
ritmo que se repetía cada cierto tiempo. También vieron patrones en la posición
de las estrellas, en el comportamiento del clima, en fin, hasta que lograron interpretar
patrones y ritmos y comenzaron a hacer predicciones.
Con la capacidad de predecir, que no era común a todos, estas “elites
del conocimiento” aprendieron a manejar el miedo y la incertidumbre de los
demás grupos poblacionales, y aprendieron a dominar un temor más profundo y
fundamental: la culpa, una especie de miedo a no cumplir adecuadamente su rol
en la sociedad, porque quien fallara recibiría un “castigo” o podría acabar
siendo excluido de la comunidad, afrontando un aislamiento que no significaba
otra cosa que la muerte.
Paralelamente, los machos alfa de estas comunidades venían haciendo su
tarea de forjar las pirámides de poder y jerarquía mediante el uso de la
fuerza, y representaban un creciente peligro para los nacientes “intelectuales”
que, por sus conocimientos y su precaria capacidad de anticipar el futuro,
podían manejar su miedo e incertidumbre. Los sabios de la prehistoria se
convirtieron en aliados del poder militar, configurando los primeros
“gobiernos” de la historia remota.
Los señores de los ejércitos, pues, configuraron sus jerarquías y su
dominio sobre la población, con la ayuda de los “sacerdotes” que identificaron
una nueva necesidad fundamental de la gente, también basada en el miedo y la
perspectiva del futuro: la necesidad de trascender, de ir más allá de la
muerte, de sentido. El sol, la luna, las estrellas y algunos fenómenos
naturales dieron paso, entonces, a narrativas sobre equilibrios, patrones y
balances que sirvieron a estos sabios para asignar a sus patrones un aura de
divinidad, o para crear dioses que servirían de referente – a la vez de
elemento manipulador – de la conducta de la comunidad. Nacieron las monarquías,
poderes absolutos en las manos de un primer gran guerrero conquistador que, con
ayuda de sus sacerdotes, se perpetuaba en el tiempo a través de sus hijos y sus
nietos por un supuesto “designio divino” cuidadosamente forjado por éstos a
cambio de una serie de privilegios y acceso a los tesoros reales.
El concepto de un pueblo empobrecido, manipulado y servil ante los
poderes de la fuerza y las divinidades fabricadas por las élites, dominado por
el miedo, la incertidumbre, la culpa y el rumor, creció a la par de estos
procesos de dominación marcados por un sentimiento religioso, una conducta de
sumisión ante un poder invisible capaz de castigar sin misericordia y, a la
vez, proveer la posibilidad de una trascendencia futura que, si no se lograba
en vida, tal vez se obtendría después de morir. La mitología adquirió toda una
estructura narrativa de distracción y manipulación de masas que, incluso, dio
paso a que los mismos ejércitos terminaran sometidos a poderes políticos y
económicos.
Con la ayuda de las religiones, las élites podrían librar guerras,
invadir y conquistar territorios, aumentar sus riquezas y construir sus
palacios, sacrificando cientos de miles, millones de campesinos, soldados,
artesanos, gente del común, en causas asignadas a narrativas llenas de dioses,
miedos, culpas, perdón y trascendencia que se fueron distribuyendo y
reinterpretando, cultura tras cultura, a través de toda la historia de la
humanidad, y convirtiéndose en el mayor freno, el obstáculo principal de la
evolución humana, en lo que Karl Marx llamó “la droga del pueblo”.
Las múltiples representaciones culturales de “la divinidad”, representadas en los dioses griegos, los egipcios, los romanos, los nórdicos, el dios de la narrativa judeo cristiana, el alá de los musulmanes (que son el mismo), las divinidades aztecas, mayas, pre-incas e incas han tenido un común denominador: el control. Intentar amarrar y desestimular el afán natural humano de observar, cuestionar, rebelarse, intentar nuevos caminos. Todas las religiones han tenido su “inquisición”, su manera de reprimir a sangre y fuego, con torturas, con sacrificios humanos, la imparable voluntad humana de avanzar, de trascender en vida, de descubrir, de progresar más allá de las dominaciones establecidas por las élites, de vencer los muros que nos han presentado disfrazados de política, de economía, de iglesias, de izquierda o derecha, de falsos dilemas, de identidades culturales o étnicas.
Somos mucho más que eso, y lo veremos la próxima semana. Hasta entonces compañeros.
MAURICIO IBÁÑEZ – Desde Colombia
-Biólogo
Especialista En Estudios
Socio-Ambientales
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