RADIO EL CLUB DE LA PLUMA

miércoles, 16 de marzo de 2011

SOLEDAD DE MADRUGADA Y JUAN DE LA CALLE…

SOLEDAD DE MADRUGADA Y JUAN DE LA CALLE…

Me despertaron tus imágenes, las imágenes, tan diferentes a las vendidas en las mercantilizadas estanterías de la comunicación alienante. Por un lado estaba él, entre el desamparo y la “ayuda” (¿quién sabe por cuánto tiempo?) de los que lo reconocen como el primogénito de una, tal vez noche desafortunada, o tal vez de un suspiro de esperanza de cambiar la historia; la de ella, la de Soledad de Madrugada…

Me despertó el resplandor de la detestable hipocresía reinante, en esta farsante ciudad coronada por la mezquindad, las palmeras y las insultantes mediocres estrellas de una farándula bruta, miserable.

Daban vueltas mis pensamientos, disparados hacia todas partes; hacia aquellas partes que la ciudad decide no mirar o tapar con luces de colores…

Y en una de esas partes estaba, está él, Juan de la Calle, con aparentes cinco años y casi sin dientes; pero con la sonrisa del inocente que mira su existencia casi como agradecido, complaciente. Porque aún no es conciente de cómo están salpicados: un día galletas, otro día quién sabe; un día me lavan la cara, al otro…que más da…

Me duele, me enfurece y violenta la oprobiosa indiferencia con que se mueve en esta parte del planeta, el denominado “común de la gente”… Si son una bofetada insolente ante tanto desamparo y dolor.

Tal vez, Soledad de Madrugada no encontró mejor salida, que encerrarse en el mutismo de la “entrega”. Entregando cada centímetro de su piel a la estúpida arrogancia de aquél que necesita poseer, por unos minutos, lo que no puede por amor…

Me duele y me avergüenza ante Juan de la Calle el nuevo colchón que compré, luego de tantos años de quejarme por mis “molestias” en la espalda…

Me duelen y avergüenzan las mesas llenas de tantos restaurantes, cuando cada mañana es una lotería el estómago de Juan de la Calle…

Y tal vez te preguntarás por qué tanta “mala onda”, por qué tanto pesimismo en estas letras, por qué me empecino en mostrar casi siempre el miserable lado de todo… Porque me cuesta mantenerme ajeno a esta realidad que golpea fuerte en el alma. Porque me cuesta entender lo anestesiadas de las restantes vidas cotidianas. Porque creo, alguien tiene que ver lo que los otros pretenden ocultar detrás de foráneas palmeras…

Es como aquello que se desdibuja luego del primer impacto de horror; como primero fue en Haití, luego en Chile, ahora en Japón. Casi con asombro pude leer en alguna gráfica que a alguien le preocupaba la baja en las cotizaciones, en la bolsa del devastado país…

Una frase de Facundo Cabral decía algo así como: “…hay una vida mejor, pero es muy cara…” Y en realidad no sé si mejor, pero que es muy cara, de eso estoy seguro. Es muy cara porque le cuesta la vida a muchos de mis desconocidos hermanos, les cuesta los sueños y la existencia a muchas Soledades de Madrugada y a muchos Juan de la Calle…

Y si me preguntás: ¿pero bueno, qué hacemos con todo esto? Lo primero que se me viene en mente es la frase del Subcomandante Marcos: “…la única salida es luchar y juntarse con otros…”

Desde la individualidad no vamos a llegar muy lejos, a menos que queramos un camino que nos conduzca al olvido y la miseria, del alma digo…

Desde la individualidad jamás podremos cambiar, si es que queremos, la terrible realidad de tantos sueños rotos…

Deberíamos ser capaces de vencer tanta miserabilidad miseria humana, para comprometernos en que el otro, el que está a mi lado, el que está enfrente de mi puedan concretar una existencia más amable; para que Soledad ya no sea de Madrugada, se divorcie y se case con una soledad Mañana; para que Juan ya no sea de la Calle y sea “nuestro hijo”, el hijo de todos…

Seguramente, estoy convencido, que muchos de los más de treinta mil que “desaparecieron” soñaban un mundo más amable para cada uno, para todos; soñaban con convertir a Soledades en Esperanzas y darles la oportunidad de la casa a los Juanes de la Calle…

No pierdo la esperanza de que alguna vez la dignidad nos gobierne y sólo me despierte un insignificante dolor de espalda…

Que así sea…

NORBERTO GANCI –DIRECTOR- El Club de la Pluma
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